Las Características de la Ocupación

El primer día que puse un pie en la plaza, sabía que estaba experimentando algo único. Nadie había visto algo igual. Miles de personas, amigas y extrañas, se agolpaban, anunciando su indignación, desafiando la ley, pidiendo la revolución. Antes apenas había pasado mucho tiempo en la Plaça Catalunya. Era solo un lugar para los turistas y las palomas. Ahora podía pasar horas aquí y tener conversaciones de todo tipo con la gente. Un hombre pakistaní me pidió que le tradujera lo que estaba pasando. Un estudiante joven comentaba un flyer que estaba yo repartiendo. Dos abuelas discutían sobre democracia y la mejor forma de seguir la lucha.

Una vez que la gente vió que yo estaba dando octavillas, hicieron cola para cogerlas y pronto se me acabaron. Durante la primera semana, todo el mundo estaba emocionado, todo el mundo estaba desesperado por ideas y perspectivas nuevas. En cuestión de días distribuimos miles de octavillas, muchas de ellas textos nuevos escritos para la ocasión. En la otra punta de la ciudad y en el metro, a menudo veía gente leyendo nuestros textos – no sólo echándoles un ojo, sino empapándose. Durante esta primera semana, yo podía entrar en una panadería o en una tienda de fotocopias y pedir pan gratis o copias baratas “para la plaza” y recibir al menos una respuesta de apoyo, y menudo mucho material gratis.

Lo que hemos vivido en Barcelona es una ruptura – no tanto del control del Estado, en vista de las formas democráticas elegidas por el movimiento de ocupación, sino más definidamente en la realidad afectiva de la gente. La sociedad abandonó sus celdas de aislamiento y se manifestó físicamente en medio de la plaza, y mucha gente sentía su presencia por primerísima vez. Estaban reconociendo lo aisladas que habían estado hasta ahora, en la plaza, donde encontraron una fuerza, un poder colectivo, esperando renacer. En estas circunstancias sin precedentes, la gente podía comenzar a creer en la posibilidad de situaciones que eran enteramente nuevas.

Antes, cuando le dabas a alguien una octavilla anarquista, podrían pensar sobre ella un momento, podría mejorar su comprensión hacia ti, les podría molestar, pero en ningún caso podían digerirla al nivel de opinar – porque estabas hablando de algo a veces hipotético, y a veces irreal. Pero en la plaza, oyendo nuestras conversaciones o leyendo los textos que teníamos en la mesa, la gente quería de verdad comenzar a debatir: “Pero si nos libramos de todos los políticos, aparecerán otros para sustituirlos”. “No, estos chavales tienen razón! Necesitamos librarnos de todos ellos. Si somos capaces de librarnos de la primera hornada, nos podemos librar de los siguientes también!”

La estética de la gente ya no marcaba su nicho político. La cosa más importante era su valentía y sinceridad. Muchas veces ví abuelos abroncando a jóvenes punks por ser demasiado pasivos, o gente vestida del trabajo hablando en una posición más radical que los activistas hippies. Y todo el mundo hablaba de posibilidades reales. Por al menos la primera semana esta gente realmente quería lo que cantaba “Aquí comença, la revolució!”


Entonces, ¿en qué terminó la llamada Spanish Revolution?

Me acuerdo de gritarle a un amigo, en plena emoción de masas, en aquéllos primeros días. “Esta es nuestra revolución! Pero sin barricadas, nada tan romántico como eso, ¿qué esperamos? Es una mierda, pero ya sabíamos en el mundo en el que vivíamos. Tenemos mucho trabajo que hacer!”

En la complejidad de la Spanish Revolution, se puede encontrar muchas cosas que denunciar. Desde una crítica anarquista, sería más fácil rechazar todo el lote que apoyarlo. Afortunadamente, casi todos los anarquistas de Barcelona rechazaron tomar el camino fácil.

Lo más significativo de esta larga lista de errores han sido las desafortunadas pretensiones de ser revolucionario. Los activistas de Democracia Real Ya hicieron lo mejor que pudieron para colocarle a todo el movimiento una camisa de fuerza ideológica desde el principio. En Barcelona en particular, a estos activistas se les unió una legión de políticos de segunda división, en particular indepes catalanes, troskistas y pacifistas dogmáticos, intentando todos sacar una tajada del pastel. A su vez eran ayudados por una gran masa de personas bien intencionadas que simplemente estaban reproduciendo los valores de la democracia y de la no violencia que el sistema les ha inculcado muy bien y por no pocos activistas bien entrenados y por ello no despreciables que venían de los movimientos anti-globalización y estudiantil – entre ellos algunos anarquistas también – que apoyaban el proceso de consenso y democracia directa.

Esta compleja aglomeración de gente formó una poderosa maquinaria de recuperación política que no podía ser neutralizada de ninguna manera. Pero me estoy perdiendo.

El preámbulo del manifiesto de DRY nos da una buena perspectiva de su marca política:

“Somos personas normales y corrientes. Somos como tú: gente que se levanta por las mañanas para estudiar, para trabajar o para buscar trabajo, gente que tiene familia y amigos. Gente que trabaja duro todos los días para vivir y dar un futuro mejor a los que nos rodean.


Unos nos consideramos más progresistas, otros más conservadores. Unos creyentes, otros no. Unos tenemos ideologías bien definidas, otros nos consideramos apolíticos… Pero todos estamos preocupados e indignados por el panorama político, económico y social que vemos a nuestro alrededor. Por la corrupción de los políticos, empresarios, banqueros… Por la indefensión del ciudadano de a pie.”

Democracia Real Ya ha hecho un gran trabajo para formular una política mediocre definida por su populismo, victimismo, reformismo y moralismo. Al usar términos comunes, glorificados y demonizados como “democracia” (buena) y “corrupción” (mala), creaban una trampa discursiva que lograba un apoyo abrumador a todas sus propuestas mientras que criminalizaba o incluían de forma falsa propuestas que iban más allá. Su cacareado consenso de mínimos incluía lenguaje revolucionario y el muy popular sentimiento de que “vamos a cambiarlo todo”, mientras que ofrecía una escala de demandas que básicamente señalaban los precios, de caro a barato, a los que se podían vender. Comenzaban con la reforma de la ley electoral, pasaban por leyes para aumentar la presión a los banqueros y llegaban, en su extremo más radical, a renunciar a pagar las tasas de rescate. Todo estaba estructurado en torno a demandas comunicadas al gobierno actual, pero embellecidas con un lenguaje populista. Así, el lema popular anarquista Ningú ens representa “Nadie nos representa”, fue distorsionado en su programa para decir “Nadie de los actuales políticos en el poder nos representa: queremos otros mejores que lo hagan”.

Sin embargo, para seguir equilibrando el acto, adoptaron vagamente los principios antiautoritarios organizativos heredados del movimiento antiglobalización, como los de asambleas abiertas, sin portavoces y sin partidos políticos.

Las propuestas que se centraban en la acción directa o en sentimientos que contenían un rechazo al gobierno y al capitalismo eran fácilmente neutralizadas en este marco ideológico. Las primeras eran toleradas de forma paternalista como proyectos paralelos secundarios eclipsados por los importantes proyectos reformistas, y los otros eran aplaudidos, vinculados con la retórica popular ya en uso, y corrompidos para querer decir oposición a los actuales políticos o a ciertos banqueros.

La única forma de desafiar esta cooptación de la rabia popular era centrarse en la crítica a la democracia misma. Descubrimos rápidamente la idea de que la democracia directa era la principal barrera que protegía a la democracia representativa existente, y que los activistas de la democracia directa entre los que había anarquistas, eran el puente crítico entre los parásitos políticos de base y su cuerpo social que les da vida.

En el cuarto o quinto día de ocupación en Barcelona, ya era obvio en la práctica lo que habíamos discutido en la teoría: que la democracia directa recrea la democracia representativa; que no son los bordes lo que pueden ser reformados (campañas financieras, limitar los términos, referéndums populares), sino que las ideas más básicas de la democracia son inherentemente autoritarias. La cosa más bonita de la acampada en la plaza era que tenía múltiples centros para la creación y las iniciativas de debate. La asamblea central funcionaba para suprimir esto; de haber tenido éxito, la ocupación habría muerto mucho antes. No lo lograron, gracias en parte a la intervención anarquista.

La asamblea central no dio origen a ni una sola iniciativa. Lo que hizo en vez de eso, fue garantizar la legitimidad a las iniciativas que sacaban las comisiones; pero este proceso no debe considerarse en términos positivos. Esta garantía de legitimidad era de hecho un robe a la legitimidad de todas las decisiones hechas en los múltiples espacios de la plaza no incorporados a las comisiones oficiales. Muchas veces, los representantes auto-nombrados de aquella o de la otra comisión intentaban suprimir las iniciativas que no tenían el sello de la legitimidad. En otras ocasiones, las comisiones, los moderadores, y los políticos internos contravenían específicamente decisiones hechas en la asamblea contra, cuando esto mejoraba la centralización. No es cuestión de corrupción o de malas formas: es que la democracia siempre subvierte sus propios mecanismos en interés del poder.

Una y otra vez en la plaza, vimos una correlación entre la democracia y la paranoia del control: la necesidad de que todas las decisiones e iniciativas pasen a través de un punto central, la necesidad de hacer que las actividades caóticas de una ocupación multitudinaria sean legibles desde un solo punto de vista – el punto del control, como resultó ser. Este es un impulso estatista. La necesidad de imponer una legibilidad a una situación social – y las situaciones sociales siempre son caóticas – es compartida por los activistas de la democracia, que quieren imponer una brillante nueva estructura organizativa; recaudadores de impuestos, que quieren que toda la actividad económica sea visible para que pueda ser reapropiada; y el policía, que quiere un panóptico para controlar y castigar. También encontré que varios anarquistas de diferentes tendencias ideológicas eran incapaces de ver la crucial diferencia teórica entre los opuestos democracia representativa vs. Democracia directa / consenso y centralización vs. Descentralización, porque el primer y el segundo términos de ambos pares han sido convertidos en sinónimos debido a su mal uso. Por esta razón, he decidido rehabilitar el término “caos” en mi uso personal, ya que es un término que da miedo, no es populista, para que en el contexto actual no se use ni abuse de él, y que se relaciona directamente con teorías matemáticas que expresan directamente la clase de organización móvil, conflictiva, en constante regeneración acéfala que los anarquistas quieren.

Después de visitar otra ciudad en la que la acampada se había muerto de aburrimiento, me di cuenta que estos activistas antiautoritarios del consenso también habían salvado los muebles en Barcelona. Debido a que los anarquistas radicales somos tan extremos en nuestra crítica, a menudo nos falta intuición social; hemos tenido tiempos difíciles viendo el mundo desde la perspectiva de ciudadanos “normales”. Y mientras la #SpanishRevolution tomaba a todo el mundo por sorpresa, especialmente nos tomaba a nosotras por sorpresa. Solamente unos pocos de nosotros llegamos el miércoles, al tercer día de la ocupación, y la mayoría no llegó hasta el jueves o el viernes. Sin embargo, los activistas del consenso tendían a estar en el corazón de todo esto desde el principio. Muchos de ellos eran moderadores expertos, gracias a su participación en grandes movilizaciones o en el movimiento antiglobalización, así que a menudo eran los únicos que facilitaban la asamblea central. Y debido a su función de puente entre los parásitos políticos de base y las masas, también funcionaban como escudo contra las ideas anarquistas, porque eran actores en su propio derecho y tenían sus propios objetivos, bastante distintos de los objetivos de los activistas de DRY o de los trotskistas.

En las ciudades en las que este núcleo activista no existe, los activistas de DRY o los trotskistas homogeneizaron rápidamente las acampadas y suprimieron vigorosamente las ideas radicales. Estas acampadas pronto languidecieron como un cadáver disecado, con más parásitos que cuerpo. En Barcelona, por otro lado, los anarquistas tuvieron legitimidad y presencia desde el comienzo, y los políticos de base en general le tenían que hacer la pelota a los ideales organizativos anarquistas, dándole a los anarquistas radicales más espacio para trabajar.

Una de las características más repugnantes de la ocupación, que finalmente causó que muchos anarquistas dejaran de participar, fue la imposición de la no violencia. La no violencia era uno de los principios originales de la plataforma DRY, y en Barcelona los primeros participantes antiautoritarios o no lo intentaron o no fueron capaces de rechazarla. La no violencia nunca fue debatida, sino que siempre era incluida en todas las propuestas de acción, así que la elección ante la asamblea centra era siempre o no violencia o nada. Al principio, los activistas llevaban a cabo sentadas pacíficas. El 30 de mayo, DRY anunció una acción para hacer en todo el estado español: ese día todo el mundo tendría que sacar 155 euros de sus cuentas bancarias (155 = 15-5 o 15 de mayo), “un acto pacífico y sutil, pero suficientemente decidido y llamativo para demostrar claramente la indignación que sentimos y también nuestra fuerza y compromiso para llevar esto hasta el final”, en sus palabras.

Pero en general, su plan de acción era no hacer nada, quedarse en las plazas, evitar que la gente tomara o bloqueara las calles colindantes y hablar sobre otra protesta el día 15 del mes siguiente. Cuando los anarquistas de Barcelona distribuíamos octavillas al tercer día de la ocupación, sacaron rápidamente un manifiesto, no aprobado por ninguna asamblea, diciendo que la ocupación era estrictamente pacífica, y que la policía estaba intentando infiltrarse y animando a la violencia; por tanto todos los buenos ciudadanos tendrían que traer su cámaras y tomar fotos de todo el mundo y de todo.

Creo que fue el primer miércoles o el jueves cuando un grupo de activistas colgó una pancarta enorme de uno de los edificios grandes de alrededor de la plaza, en la que se leía “La Banca, la Patronal, els Polítics, CCOO y UGT, A la merda”. La gente aplaudía exultante. Dos días después otro grupo bloqueó una calle y cortó un pedazo de un anuncio gigante que cubría otro edificio para revelar una enorme pintada detrás; si me acuerdo bien, decía “Nadie nos representa!”. En esta segunda ocasión, bastante gente aplaudía, pero los auto-nombrados líderes intentaron detener esta acción y la denunciaron como violenta.

Cuando la policía llevó a cabo su operación higiénica el viernes 27 de mayo, los pacifistas obligaban verbalmente a todo el mundo verbal o físicamente a sentarse y tener pancartas con las palabras "resistencia no violenta". La policía golpeó a los manifestantes con saña, abriendo cabezas y rompiendo brazos. En unas pocas ocasiones en las que alguna gente intentó quitarle las porras a la policía, los pacifistas corrían hacia ellos y les traían su mensaje de paz. Cuando llegaron miles de personas más a liberar la plaza, se sobrepasaron los cordones policiales y se arrinconó a la policía en el centro, gritando y comenzando a lanzarles cosas. Los pacifistas formaron una cadena humana para protegerles. La policía estaba eventualmente arrinconada, no sin haber completado su operación de limpieza y permitiendo que los camiones de la basura salieran con todo el material que habían robado. Incluso aunque la masa de gente en general había pasado los límites impuestos por los pacifistas - y ciertamente no lo habían hecho sentados esperando a que llegara el equipo legal, como habían aconsejado los pacifistas- los ideológos de la no violencia aún lo llamaban victoria. También decían falsamente que la policía no había intentado desalojar la plaza y fue derrotada. Todo esto no debería sorprendernos, como pacifistas han hecho las mismas cosas que promueven los estatistas que alaban las revueltas árabes como Obama.


El siguiente sábado fue el peor día, cuando los pacifistas formaron cadenas humanas para dejar a los hinchas de fútbol fuera de la plaza y animaban a la policía cuando detenía hooligans. Cuando aún había compañerxs en condiciones críticas en el hospital, heridxs por pelotas de goma lanzadas por policías, estos mismos pacificistas proponían ir a apoyar a la policía cuando hacían una manifestación de protesta por los inminentes recortes en su salario.

Hubo otros problemas también. Inmigrantes senegaleses que vendían gafas de sol e inmigrantes pakistaníes que vendían cerveza y sandwiches entraban en la zona autónoma que habíamos creado en la plaza. Vender cosas en la calle, si no eres lo bastante rico para tener tu propia tienda o kiosko, es ilegal en Barcelona, y la policía a menudo se reía de vernos perseguir vendedores callejeros inmigrantes. Entra la Comisión de Convivencia. La CC se formó con el objetivo explícito de no permitir que vinieran los antisistema y tomaran la plaza. Antisistema es un término mediático originalmente utilizado para referirse a los anarquistas de una forma despolitizada y deslegitimadora; desde entonces se ha extendido a los okupas y a cualquiera que caiga fuera del rango de una opinión democrática aceptable. El uso popular lo hace casi sinónimo de un vagabundo o un hooligan [NdT. Intenta decir 'perroflauta' o 'costra']. Por consiguiente, la propuesta de formar la CC ganó una aprobación popular en la asamblea antes de que tuviera lugar el debate, y a pesar del hecho de que muchos participantes no anarquistas en la plaza tenían pancartas criticando el uso de los medios del término "antisistema".

La policía de la CC se impuso la tarea de echar a los lateros pakistaníes. Su justificación era que "molestaban a la gente" ofreciéndoles cerveza cada pocos minutos, y que le "creaban mala imagen" a la acampada (en los medios). Muchas veces, anarquistas se confrontaron a los miembros de la CC, que a menudo iban con tarjetas con su nombre y walkie-talkies, pero si aval. A pesar de las acusaciones de hipocresía y racismo, se negaban específicamente a hablarle a la gente que tenía dinero para comprar cerveza, y sólo se centraban en acosar a la gente cuya forma de vida se basaba en venderla.

Había una gran dosis de legalismo también entre los líderes organizadores. Intentaron hacer que no sacáramos nuestras pancartas por la abstención, diciendo que podría usarse como justificación para una intervención de la policía, incluso cuando toda la ocupación era flagrantemente ilegal. En otro momento se cabrearon cuando alguna gente empezó a crear un huerto urbano en la plaza; se quejaban de que reemplazar el césped de alrededor de la fuente era "incívico". Para ponerlo en contexto, las leyes del civismo en Barcelona han sido una herramienta agresiva para matar la cultura callejera y hacer las cosas más cómodas para los turistas. Los anarquistas de la plaza a menudo tenían que discutir contra esta mentalidad legalista; nos ayudaba que la ocupación en sí misma salía de una ilegalidad. En este frente, ganamos algunas bazas; el huerto, por ejemplo, no fue eliminado.

También hubo problemas con ciertos yonkis y borrachos que habían tomado residencia en la plaza y que constantemente acosaban o incluso asaltaba a las mujeres. Los organizadores pacifistas y la comisión de Convivencia intentaron evitar que la asamblea feminista organizase clases de auto-defensa en la plaza y que se ocupara del problema por sí misma, en vez de ofrecerse a defenderlas de forma paternalista. Los anarquistas tuvieron malos momentos tratando con los yonkis y los borrachos que se estaban pasando. Por otro lado, estábamos contentos aprovechándonos de la zona autónoma para vivir sin el acoso de la policía durante unas semanas. Por el otro lado, algunos actuaban de forma que nadie podía tolerar; en otro contexto, sólo el sentimiento de culpla residual liberal evitó que pateáramos algunos culos. Desgraciadamente, la situación era extremadamente complicada: cualquier uso de la violencia podría haber provocado un enfrentamiento mayor con los pacifistas, con consecuencias totalmente imprevisibles. Peor aún, podría haber ocurrido un paso atrás conservador para reivindicar y pedir más acciones de policía de la CC.

En resumen, sin embargo, ha habido muchas cosas en la plaza para valorar. Era un espacio extenso, caótico de auto-organización en la que la gente solucionaba sus necesidades logísticas - a veces a través de los canales oficiales, a veces no. Había una biblioteca, un huerto, un centro de traducción internacional, una cocina con grandes hornos y cocina solar, y en alguna ocasión un par de conciertos, talleres, debates, y enormes mítines, junto con innumerables conversaciones y encuentros más pequeños.

Y era increíble encontrarse allí a una comunidad anarquista más amplia, encontrar que la mayoría de lxs compañerxs tuvieron la misma idea de bajar a la plaza aunque los discursos más visibles que salían de allí eran firmemente social-demócratas. Lxs compañerxs que encontré allá no eran siempre de nuestros grupos de afinidad pre-existentes, sino que también había libertarixs con los que nunca habíamos trabajado antes. En resumen, lxs compañerxs demostraron un compromiso impresionante, agilidad de acción, y una crítica incisiva y de calidad. Se vio claro otra vez que el viejo estereotipo del ghetto anarquista es por lo menos, solo verdad a medias. A la primera oportunidad de unirse a una colectividad y comunicarse con los demás, la mayoría de nosotrxs estábamos allí, incluso aunque era muchas veces un ambiente incómodo o hasta hostil. El solo hecho de que podamos hablar de un "ghetto anarquista" indica que estamos menos aislados que la mayoría de la gente. Esta comunalidad que traemos con nosotrxs nos mantienen en pie; el "ghetto" está formado menos por actitudes en el interior y más por la imposición de un aislamiento social general de todo el mundo. En Barcelona, esto se ha hecho verdad en los últimos años, ahora que muchxs anarquistas se han distanciado de la tradición de okupar por okupar.

No exactamente por un ratito, sino durante el espacio de un par de días, muchas docenas de nosotrxs dejamos nuestra rutina y nos lanzamos de todo corazón a la ocupación - llenando la mesa de la biblioteca, escribiendo o buscando textos y fotocopiándolos, teniendo conversaciones y debates, uniéndonos a las comisiones, y organizando debates, charlas y conciertos. Era una sensación increible encontrarse con tantxs cómplices en mitad de una singularidad social, pasar la noche conversando, discutiendo y analizando los sucesos del día, pasar la mañana siguiente escribiendo la siguiente ronda de anuncios y críticas, pasarnos la siesta imprimiendo, y luego volver a nuestra carpa anarquista para pasarnos la tarde y la noche distribuyendo, haciendo encuetros y en la asamblea.

Inevitablemente acabamos exhaustas. Al hablar con compañerxs que tomaron parte en la insurrección de Diciembre de 2008 en Grecia, parece que la gente llega a su límite físico en tres semanas. Evidentemente, los debates y las asambleas son más tranquilas que los disturbios y el gas lacrimógeno: la mayoría de nosotras comenzamos a quemarnos después de una semana o dos. Muchas personas que fueron muy activas en la primera semana iban siendo gradualmente reemplazadas por una especie de segundo relevo por las que les había costado más convencerse para participar.

Una nota sobre la tecnología

Un lector puede notar que desde el punto de vista de internet, parece que la "#Revolución española" se basaba casi completamente en Twitter y Facebook, en la comunicación virtual que no he tenido en cuenta para nada. En realidad, salvo por el ocasional “geek” tecnológico distraído que sugiere que podríamos resolver todos los problemas del mundo con la democracia simultánea virtual de internet, esa parte de la revolución, simplemente, no existe para mí.

Tal vez esto no es sorprendente, dado que no tengo teléfono móvil y no utilizo Facebook. Al final, estas son sólo herramientas para la difusión de la idea, y mientras lo hacen, cambia el terreno, y desde cierto punto de vista, son superfluas. Me pareció fácil estar en el centro de los grandes acontecimientos y mantenerme informado. Llevar un teléfono móvil me habría hecho perder el tiempo y hubiera dejado registros de todos mis movimientos y comunicaciones para que la policía los hubiera rastreado a su antojo. En los últimos milenios, se han dado ocasiones en que un número sorprendente de personas se ha reunido espontáneamente. A medida que aumenta el aislamiento social, la tecnología de redes ayuda a superar las crecientes distancias entre las personas, pero en primer lugar también desempeña un papel en la creación de las mismas.

Recuerdo una charla en un centro social anarquista de Barcelona en la que llamamos a través de Skype a una anarquista egipcia que estaba en la Plaza Tahrir. Se rió de toda la obsesión por Twitter y Facebook, y explicó que esas herramientas son útiles, pero que su importancia había sido exagerada por los medios de comunicación occidentales.

La democracia mediatizada

Estrategias anarquistas

Después de debatir el asunto con los compañeros casi todos los días durante semanas, creo que aquellos que decidimos participar en la ocupación con una crítica anarquista tomamos las decisiones estratégicas correctas. Nuestros únicos errores se reducen a la cuestión de encontrar el equilibrio adecuado entre las distintas formas de actividad.

Los pocos anarquistas que al principio estábamos allí fuimos fundamentales en el bloqueo de la firma del manifiesto de Democracia Real Ya y en la aprobación de la decisión de no producir ningún manifiesto unitario. Esto permitió que la ocupación de Barcelona asumiera un carácter independiente y se desarrollara de acuerdo a sus propias necesidades, lo que la dotó de más vivacidad. En Sevilla, por el contrario, la ocupación en Las Setas se adhirió a la plataforma de Madrid desde el principio, nunca desarrolló tanta fuerza y diversidad, y rápidamente perdió las que tenía. Y en Madrid, la asamblea al comienzo aprobó una ley que no permitía símbolos ideológicos o grupos ideológicos en la ocupación, lo que fue un factor decisivo en evitar que los anarquistas no pusieran su propia mesa de propaganda. En consecuencia, tuvieron una menor visibilidad, a pesar de su gran esfuerzo participando en las distintas comisiones. Lo que hemos conseguido en Barcelona se lo debemos, en parte, al hecho de que algunos anarquistas fuimos a la protesta y a la ocupación desde el principio, a pesar de la odiosa retórica democrática que predominaba, y que no fuimos sólo como meros espectadores, sino como activistas o combatientes con un discurso propio.

Lo que hemos conseguido en Barcelona se lo debemos, en parte, al hecho de que algunos anarquistas fuimos a la protesta y la ocupación desde el principio, a pesar de la odiosa retórica democrática que predominaba, y que no fuimos sólo como meros espectadores, sino como activistas o combatientes con un discurso propio.

Después de que el miércoles y el jueves llegaran más anarquistas, hubo un debate que terminó en un "impasse": ¿Participamos en la asamblea y las comisiones, o nos quedamos al margen? Un par de nosotros defendía que el lugar de los anarquistas siempre está en los márgenes, y nuestro papel es el de subvertir el centro y asegurarnos de que los márgenes están más vivos, son más creativos y más interesantes que el centro. Afortunadamente, no ganamos ese debate, aunque los acontecimientos posteriores nos dieran la razón. Al final, la mayoría de anarquistas "radicales"[1] participaron en diversas comisiones, especialmente en la de Contenido, donde se formulaban las exigencias mínimas y el programa político. La participación anarquista básicamente hizo saltar por los aires esta comisión, pues a los trotskistas y socialdemócratas que antes la dominaban, les resultó imposible conseguir la aprobación de sus programas populistas con nosotros de por medio. Posteriormente, la comisión se dividió en cerca de una docena de sub-comisiones: estas incluían trabajo, ecológía, y otras temáticas, y también "autoorganización y democracia directa." Esto no impidió que los trotskistas hablaran posteriormente en nombre de Contenido y trataran de deslegitimar las decisiones de las sub-comisiones.

Los partidarios de la auto-organización (anarquistas y autónomos) y los partidarios de la democracia directa (liberales radicales) nos agrupamos en la misma sub-comisión; los recién llegados lo encontraron apropiado, mientras que los que estábamos desde el principio consideramos estos dos planteamientos diametralmente opuestos. Por supuesto, estábamos en lo cierto, pero que los dos grupos se juntaran fue bueno, porque permitió que los dos bloques debatieran, difundiendo la crítica a la democracia directa fuera de los círculos anarquistas y dando a los anarquistas una buena ocasión para practicar la comunicación. No quiero parecer arrogante, pero los partidarios de la auto-organización tienden a ganar los debates, ya que los demócratas tenían ideas superficiales y generalmente, menor experiencia en cualquier tipo de lucha.

Al participar en las comisiones, los anarquistas logramos múltiples victorias. En unos pocos casos, cambiamos la forma de la ocupación, en muchos otros, sostuvimos eficaces debates, cristalizando nuestro análisis y conectando con una comunidad antiautoritaria más amplia. También bloqueamos varios intentos de pacificar y neutralizar los aspectos más hermosos de la ocupación.

Sin embargo, en un par de semanas la mayoría de nosotros nos dimos cuenta de que habíamos cometido un error al poner tanta energía en las comisiones. Realmente tuvimos secuestradas las ideas anarquistas en unos pocos espacios, útiles, pero relativamente pequeños; nos habíamos agotado a base de reuniones diarias, y nos dejamos seducir por las estructuras oficiales de la organización, que por lo general demostraron ser impermeables a la descentralización desde dentro. Mientras tanto, habíamos llevado a cabo sólo una pequeña fracción del potencial de auto-organización que tenía la ocupación. Es irónico, dado que en esas, la mayoría de nosotros estábamos atareados hablando acerca de la auto-organización en las comisiones competentes.

En unas pocas ocasiones, desafiamos a la asamblea central y las comisiones organizando cosas por nuestra cuenta, comenzando proyectos en pequeños grupos de afinidad y resolviendo conflictos con otros proyectos en base de "caso a caso". Pusimos una carpa con libros, organizamos dos o tres charlas, dos o tres debates, ayudamos a organizar un concierto y ayudamos a organizar un "escrache" en un puesto de trabajo cercano que acababa de despedir a una trabajadora por quedar embarazada. Si hubiéramos puesto la mitad de nuestra energía en las comisiones, aquellos valiosos debates aún podrían haber tenido lugar, pero podríamos haber organizado diez veces más eventos informales en la plaza, haciendo realidad el que los márgenes fueran más fuertos que el centro.

Como finalmente sucedió, en una semana la carpa anarquista se convirtió en un lugar en la que la gente descansaba entre reuniones - esto quiere decir que no estábamos ya teniendo conversaciones espontáneas con los curiosos. Los márgenes, debo aclarar, no son un sitio sin vida esperando a un liderazgo anarquista. Ya había mucha actividad allí, muchas organizadas por hippies, pero pocas con un contenido explícitamente político; así que eran menos polémicas, y más fácilmente deslegitimadas en una dicotomía de trabajo/ocio o cultura/política.

En el primer vienes de la ocupación, el día en el que pusimos la carpa anarquista con la mesa de propaganda, tuvo que hacerse inesperadamente una decisión estratégica vital. Alguien de una comisión vino a decirnos que la plaza estaba reservada para las carpas de las comisiones, así que nos teníamos que mover al borde, básicamente a la acera afuera de las entradas de la plaza. El chico fue muy listo, y utilizó un argumento convincente: si nos quedábamos allí, entonces los trotskistas y los estalinistas y todos los otros partidos podrían venir a instalar sus carpas, y no queríamos ser responsables de esto, verdad?

En ese momento, solo éramos seis. No quiero hacerme demasiado protagonista; todo el que cuente la historia desde su propia perspectiva recordará episodios parecidos, porque hicimos esfuerzos heroicos esos días. Pero el hecho es que, de pronto me encontré con que éramos dos solo los que nos oponíamos a mover la carpa, y que el otro quería aceptar la postura de la mayoría. Usé un argumento de fuerza: ¿a quién le importa si viene las pequeñas sectas marxista-leninistas del mundo? Las comisiones y las estructuras oficiales son mucho más peligrosas. Además, teníamos toda la legitimidad para montar esta carpa, porque no éramos un partido político preexisten sino una iniciativa espontánea que surgió en la misma plaza. La mayoría de la gente de la carpa en aquel momento nunca había trabajado junta en ningún proyecto antes, y un par de nosotros nos acabábamos de conocer en la plaza. No sólo era nuestra responsabilidad de anarquistas desafiar a las comisiones y abrir la plaza a todo tipo de iniciativas, sino que era una cosa buena si por consiguiente nos intentaban echar desde la asamblea general. Como anarquistas, queremos visibilizar los conflictos existentes, no evitarlos. Dejémosles intentar echarnos, y veremos a dónde va esta revolución democrática.

Discutimos cara a cara con varios comisiócratas, a veces de buen rollo, a veces a malas, hasta que les convencimos o les cansamos. Pero también construimos alguna base común con otra carpa que también intentaban echar, una que la habían instalado unos chicos de una okupa de circo. Si no hubiéramos ganado esta pequeña batalla y nos hubiéramos dado cuenta de la necesidad de buscar conflicto no sólo con el Estado sino también en los movimientos sociales que también contienen el Estado, habríamos estado en una seria desventaja en todo lo que siguió.

La represión llega de muchas formas

Otras decisiones estratégicas eran más sencillas. Todas estábamos de acuerdo en que era importante confrontar a los guardianes del orden, como la gente de la comisión de Convivencia. Iniciamos discusiones donde era necesario, pero seguíamos siendo conciliadoras y amistosas si dejaban de actuar como policías o políticos; esto pasó de verdad en un par de ocasiones.

Nuestros esfuerzos de propaganda tampoco necesitaban de ningún debate, y fueron modestamente Hercúleos. Es imposible decir cuantas octavillas habremos dado, pero puede que hayan pasado de las 30.000, y cientos de panfletos y carteles. Sorprendentemente todo estaba auto-financiado mediante la hucha de nuestra mesa. Especialmente durante la primera semana, los paseantes echaban monedas en grandes cantidades e incluso billetes para que pudiéramos seguir imprimiendo nuestra propaganda supuestamente extremista y alienadora.

El conflicto estratégico final lo detallaré con críticas a los aliados que estaban implicados en la centralización de las asambleas. Nuestras críticas eran duras a veces, y ponían en peligro más de una amistad, pero creo que fueron absolutamente necesarias. Al difundir ampliamente las acusaciones de que la asamblea estaba siendo manipulada por los políticos troskistas y de la Esquerra independentista, pusimos a esta gente a la defensiva y limitamos su actividad. La misma cuestión fue más complicada con los activistas de DRY, desafortunadamente, porque antes eran desconocidos y estuvieron en el centro de todo desde el principio.

Mientras tanto, criticando fuertemente a los activistas del consenso por facilitar esta manipulación y recrear el Estado, visibilizamos una línea absolutamente vital de conflicto, desarticulando varias excusas que escondían el autoritarismo en cuestiones de proceso e ineficiencia. Este último grupo, los activistas del consenso, en su mayoría tenía buenas intenciones, y algunos eran de hecho compañeros, así que eran genuinamente sensibles a las críticas. El resultado de nuestros intentos de criticarles saldrán en los próximos meses cuando evalúen sus propias intervenciones en este fenómeno y continuemos criticándolos. Es necesario que tan pronto como sea posible, todo el que desee la libertad con honestidad reconozca que la democracia debe ser destruida en todas sus formas.



Esto es lo que parece ser la democracia: viernes, 27 de mayo en la Plaza Catalunya

Lo que aprendimos:

Se pueden sacar numerosas lecciones de esta experiencia, muchas de las cuales están aún por digerir.

Para mí la primera es esta: Ya no hay más excusas para que las asambleas multitudinarias sean moderadas por especialistas del consenso. Es importante que los diferentes colectivos se unifiquen. La única forma de organización de masas que puede existir sin que esté impuesta es la del encuentro, un encuentro donde la gente expresa sus ideas, las comparten o piden piden ayuda para alguna iniciativa que estén llevando a cabo sin el permiso de nadie. En este encuentro puede haber individuos, grupos de afinidades similares, gente involucrada en asociaciones formales no políticas, federaciones informales u otros. El concepto de formalidad o informalidad es una distracción, no importa, se reduce meramente a una cuestión de gustos personales. Desde una perspectiva anarquista, la única necesidad es que no existan cuerpos de toma de decisiones que sean más legítimos que otros. Un movimiento social es esencialmente un intento de la sociedad nacido del vacío de la alienación capitalista. No tenemos por qué adherimos a una organización específica para poder participar plenamente en el movimiento social, porque cada una de ellas excluirá a un grupo determinado de individuos.

En el pasado la CNT jugó este papel. Para poder participar en la lucha de Barcelona prácticamente tenías que trabajar dentro de la CNT, y en algunos casos metieron la pata hasta el fondo. Sería cometer un error similar concederle legitimidad a una asamblea de masas, independientemente de que utilice el consenso o el voto, porque dependiendo del hora y lugar de estas reuniones, cuánto duran, de si se utilizan sillas para los asistentes o si es accesible a discapacitados, etc, algunos colectivos estarán excluidos. Incluso si se pudiese diseñar la forma de reunión perfecta y se rebobinase el desarrollo capitalista para crear un proletariado que fuese en su totalidad al trabajo y se fuese a la cama al mismo tiempo, aún habría exclusión, porque a algunas personas sencillamente no les gustan las reuniones, mientras que otras llevan las multitudes y los discursos en la sangre. La única respuesta posible a esto es reconocer un red de estructuras de toma de decisiones y organizadas que tengan la misma legitimidad, destruyendo de una vez por todas toda división entre lo público y lo privado.

En segundo lugar hemos aprendido lo que hace una buena intervención: présence plus critique. Présence significa estar ahí, pero también participar, convertirse en un elemento material integrado en el proceso llevado a cabo. Critique significa no dejarse la cabeza en casa porque piensas que vas a asustar a la gente con tus ideas anarquistas; significa expresarte, y también escuchar y evaluar con tu propio espíritu crítico.

Tuve la oportunidad de comparar nuestras experiencias con la intervención fallida en otra ciudad que confirma este último punto. Algunos compañeros fueron al campamento a hacer bulto, sin criticar. Otro fueron provocativamente, despreciando a todos y yéndose en cuanto recibían una mala reacción, decidiendo no volver porque no era un lugar confortable para ellos. Me choca que estas dos actitudes opuestas sean complementarias. Ambas se basan en evitar toda incomodidad personal.

Más lecciones:

La gente es situacional, no soberana. Esta misma idea parece estar confirmada por la experiencia griega. Con la posible excepción de los superhombres nietzscheanos, la gente no son individuos soberanos que viven según sus opiniones. En vez de esto, a gente responde a sus situaciones. Según esto, la misma persona que tiene poco tiempo para leer un texto anarquista en un día normal de la semana se detendrá y lo leerá y fantaseará contigo sobre cómo destruir el Estado si resulta que estás con él en un terreno inesperado de una colectividad espontánea. La siguiente cuestión a explorar es hasta qué punto podemos plantar semillas, en los momentos aburridos, que se queden con la persona y que puedan brotar cuando esta persona entre en el terreno impredecible de una ruptura.

La colaboración entre las varias sectas libertarias fue vital. Quizás los grupos de afinidad están sobrevalorados: al final no importa demasiado si una compañera anarqusita está de acuerdo contigo en la cuestión de la existencia o no del proletariado; importa más si podéis llevaros bien y comunicaros. Fue una gran ventaja tener mezcladas muchas perspectivas diferentes, ver desarrolladas diferentes estrategias, y que diferente gente llegara a participar de muchas maneras. Los anarcosindicalistas hicieron un gran esfuerzo en estar presentes en muchas comisiones, y era gracioso e instructivo verles participar en los mismos debates con los nihilistas e insurreccionalistas. También traían con ellos la importante tradición de la CNT, que garantizaba legitimidad a toda la participación anarquista con un todo.

Descentralización no es lo mismo que dispersión. Una asamblea de masas como las de Plaça Catalunya puede darnos una sensación de fuerza colectiva, que la dispersión puede disipar. La descentralización significa no utilizar estructuras organizativas unitarias con nodos centrales. Es una cuestión de modas, no de escala. Mucha gente, incluidos bastantes anarquistas, malinterpretario la propuesta anarquista de descentralización como una propuesta de trasladar las actividades hacia los barrios. Aunque esto era parte de lo que muchos anarquistas estaban proponiendo, es igualmente posible transplantar las estructuras centralizadas a una escala más pequeña a las asambleas de barrio. Afortunadamente, las asambleas de barrio en Barcelona, que se formaron alrededor de la huelga general de septiembre, ya habían derrotado un intento de centralización bajo la plataforma de la estructura organizativa surgida en torno a la huelga. Prefirieron su autonomía. Por tanto, eran un terreno favorable a los anarquistas, especialmente cuando ya habíamos estado participando en las asambleas de nuestro barrio. Era más difícil que los políticos las tomara, y mucho más difícil imponer una unidad ideológica, porque ya teníamos un punto de unidad: vivíamos en el barrio juntas, y no tenemos pretensiones de pensar todas de la misma manera.

Una reunión abierta en un barrio de Barcelona, ​​25 de mayo

Cuando expresamos las ideas anarquistas con honestidad, humildad, y apasionadamente, puede revelar que mucha gente que está en silencio ya están en parte de nuestro lado. La inercia y los valores comunes van en contra nuestra y favorecen a los populistas y los demócratas, pero las ideas anarquistas casi siempre ganan un debate por que hablan de un impulso inalienable hacia la libertad que existe en todo el mundo que tiene corazón. Lo importante, entonces, es participar en el debate, mientras que el debate no legitime los canales políticos oficiales sino que tenga lugar entre gente normal. No es una coincidencia el hecho que los pacifistas dogmáticos boycotearan el debate organizado sobre la no violencia. No están interesados en un debate sino en imponer su práctica.

La no violencia no es una peculiaridad cultural, sino un peligro real allá donde exista la democracia. Yo pensaba que con su cultura mediterránea y su larga historia de duras y vivas luchas de fuerza, en España nunca habría un problema con la no violencia. Pero en un periodo de unos pocos años, ha aparecido con una fuerza que rivalizaría con el Reino Unido o los EE.UU.. Y estos pacifistas no salen de una trayectoria de las luchas históricas no violentas, como el movimiento antimilitarista. En vez de esto, ha sido creado a partir del propio contexto democrático; la base estaba preparada, en mi parecer, por la tolerancia de los discursos izquierdistas, demócratas, basados en los derechos en los movimientos sociales antagonistas de las últimas dos décadas. A la gente que se identifica como pacífica se la debería animar a que se sientan como en casa en nuestras luchas. La no violencia, por otro lado, debería ser tratada con desdén hasta que sea sinónimo de cobardes o de chivatos, y que los pacifistas decentes abandonen el barco para nunca más ser confundidos con abraza-policías. Al continuar usando la dicotomía entre la no violencia y la violencia, y debatiendo si nuestras acciones son o no violentas, les estamos legitimando. La violencia no existe: es una categoría vaga y moralista. Solo es la no violencia la que existe, y significa venderse, salir corriendo, y censurar las luchas de otra gente.

Barcelona, ​​27 de mayo

La democracia directa es como la democracia representativa a pequela escala. Recrea inevitablemente los especialistas, la centralización, y la exclusión que asociamos con las democracias existentes. En 4 días, una vez que la multitud sobrepasó los 5000, el experimento de la democracia directa ya estaba por todas partes con un consenso falso y manipulado, con minorías silenciadas, con cada vez más abstenciones, y dominado por especialistas y políticos internos.

En una historia digna de Kafka, estábamos intentando programar un debate y queríamos informar a la comisión de Actividades. El chico de la mesa miró su formulario, un pedazo de papel arrugado y pintarrajeado de bolígrafo, y nos dijo que no podíamos tener nuestro debate a la hora y el lugar que queríamos. "Por qué?" pregunté, empezando a acelerarme. La respuesta fue mucho más patética de lo que esperaba. "Porque nuestros formularios están divididos en diferentes colunmas, mira, una colunma para cada espacio de la plaza, pero este espacio de encima de la escalera no es un espacio oficial". "Es igual, no nos importa, solo apúntalo". "Pero, no puedo. No hay una columna para esto". "Bueno, dibuja una columna." "Hm. No puedo." "Oh, joder, mira, aquí hay un espacio libre 'Espacio Rosa', solo pon el evento aquí hasta que lleguen y nos movemos de situo." En dos semanas, sin entrenamiento previo, la Spanish Revolution había creado los burócratas perfectos!

Algunos anarquistas radicales pusieron demasiada confianza en las comisiones. Sólo eran espacios útiles para el debate y como espacios para subvertir. Por ejemplo, al principio, la asamblea decidió no sacar manifiestos unitarios que hablaran por todos. Por consiguiente, en las comisiones, los anarquistas tuvieron que combatir las propuestas de consenso de mínimos y los manifiestos cada noche. Finalmente, hubo una asamblea de la comisión sin anarquistas presentes, y los mínimos se aprobaron fueron consiguientemente ratificados por la asamblea general, que aprobaba casi todas las propuestas que pasaban por ella. Por otro lado, la propuesta anarquista de descentralizar la asamblea fue votada dos veces, y en las dos consiguió una aceptación mayoritaria, pero curiosamente fue derrotada por razones técnicas las dos veces. Esta acción demostraba que teníamos razón, que teníamos mucho apoyo, y que la asamblea era un cuento - lo que, en sí mismo, era una victoria. Pero la democracia directa no puede ser reformada desde dentro. Tiene que ser destruida.

En otro ejemplo de lo inapropiado de estas formas organizativas, el intento de organizar un simple debate sobre la no violencia casi fracasó porque la subcomisión de Auto-organización y Democracia Directa necesitó días de debate y consenso sobre cómo queríamos hacer el debate exactamente. Al final, dos personas decidieron ignorar la comisión, y junto con otro anarquistas que no participaban en Auto-Organización, entre los tres montaron una charla bastante exitosa y un debate el mismo día, logrando lo que un grupo de 50 personas no había logrando en una semana.

Finalmente, aprendimos nuestros propios límites. Después de dos semanas de reuniones, debates, y burocracia de base, algunas de nosotras ya estábamos listas para pegarnos un tiro. Estábamos agotadas, y habíamos cometido el grave error de dejar todos nuestros otros proyectos y acciones. Esto demostraba una necesaria flexibilidad, pero también implica que durante estos momentos tan críticos, en la calle no estaban teniendo lugar acciones radicales anarquistas. Siempre se sentía que era vital estar en las asambleas, por si algo iba mal, pero podíamos haber moderado nuestra participación y puesto algo de energía en otra parte.

A este respecto, se ha hecho obvio que no tenemos gente que esté cómoda hablando en público. Es una habilidad vital que necesitamos desarrollar colectivamente. A menudo, la gente con críticas anti-autoritarias compone un alto porcentaje de una asamblea, pero nos quedamos sentadas todas allí escuchando basura porque nadie entre nosotras quiere coger el micrófono. En la segunda asamblea abierta en el barrio del Clot, comencé a deprimirme porque no se estaba mostrando ninguna opinión anti-autoritaria como en el primero. La inercia populista nos arrastraba. Finalmente, cogí el micro y eché un mitin de diez minutos incitando a unas metas revolucionarias a largo plazo y a la auto-organización, y machacando el reformismo, el pacifismo, y los intentos de unidad hegemonista. Una buena parte de la gente aplaudió y después de esto otra gente estaba motivada a expresar sentimientos parecidos, cambiando la dirección de toda la asamblea. Al final, media docena de personas, desde abuelas hasta estudiantes, me dieron las gracias por la contribución, mientras que otra gente empezó a tener discusiones que acabaron o convencidas o al menos respetando la postura anarquista. No me gusta hablar en público o recibir halagos - me hace sentir nervioso y abrumado - pero me pregunto: si no lo hubiera hecho, ¿habría seguido la asamblea su curso con la ininterrumpida ilusión de una mayoría reformista?

Ahora que la ocupación de Plaça Catalunya está desapareciendo, la lucha continuará en los barrios, en los sindicatos radicales, en los grupos de afinidad preexistentes, y en las nuevas relaciones que se hayan formado estos días. El tiempo dirá, pero sospecho que hemos hecho un gran salto adelante participando en las asambleas de barrio, encontrando nuevas complicidades, y ganando una gran visibilidad social a pesar de un entorno democrático hostil. La revolución real vendrá dentro de mucho tiempo, pero sus intentonas para llegar a la vida son perfectamente visibles en estos momentos tan sorprendentes, patéticos, exhaustivos y bellos que hemos tenido la fortuna de presenciar.

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